viernes, 8 de julio de 2011

Cuando la noche te envuelve

Sinceramente, ya nada me importa. ¡Vaya! Perdón, ¡que maleducado soy! No te había visto. Seguramente te preguntarás por qué digo eso. Es difícil de comprender, pero la situación es un tanto compleja. Yo... era un buen hombre, no era malo. Es cierto que no tenía muchas virtudes, ¡pero no era un hombre malvado! Siempre me he considerado un hombre... “nefasto”. Tenía mis problemas como todo el mundo. Es cierto que algunos me los busqué por mis maneras y puede que a veces fuera algo difícil de tratar... ¡pero, coño, lo repito, no era malo!

El caso es que no quiero hablar de mí, quiero hablar de Joe Zibago. ¡Sí, ese jodido hijo de espaguetis. Ese hijo de puta que merece la más pérfida de las muertes! Admito que tuve la mala suerte de estar trabajando en el lugar y en el bando equivocado, ¡pero no es justo lo que ese cabrón me hizo! Verás, durante mucho tiempo trabajé para Willy “el gordo” (¡sí, lo sé!, odio ese jodido estereotipo mafioso de que los grandes jefazos tengan ese apodo). El muy capullo me tenía bien cogido de las pelotas, siempre sabía donde pillarme, donde encontrarme, sabía joderme, y sabía hacerlo muy bien.

La cuestión es esta, yo... ¡que por cierto no me he presentado! Mark Nippier de profesión ladrón y de afición soplón (siempre que paguen bien, claro). ¡Ah, que ya habías oído hablar de mí! ¡Dios siempre me voy por las ramas disculpa! Bueno, el caso es que me encontraba en el taller de reparación de coches de Joe “el muñeco ruso” y... ¿qué por qué el muñeco ruso? Pues porque el cabrón perdió las piernas en no sé qué explosión. Y no solo eso, sino que como además mucha gente creía que era un jodido ruso pues le pusieron ese apodo. ¡Era como una muñeca rusa, pequeña y gorda! Allí estaba cuando de repente entró en el taller un Cadillac Town Sedan. Los bastardos que iban dentro comenzaron a liarse a tiros con todos los que estaban en el local. Yo, que casi siempre fui un tío afortunado, corrí hacía el piso de arriba y me escondí en una habitación. Además, por si acaso subían me introduje en un conducto que Joe tenía para esconder la droga. Bueno, pues eso, ¡allí estaba yo!, un jodido capullo, un puto pringado hecho un ovillo escondiéndose de unos mafiosos armados. Pues bien, esa vez me salvé. No me encontraron. Pero a Joe le abrieron las tripas en canal, y pude comprobar que no, que de muñeco ruso poco oiga. ¿No te ha gustado el chiste? ¡Pues que te jodan!

El caso es que como ya te he dicho antes, allí estaba yo. En medio de toda esa carnicería, y la verdad que bastante acojonado. Me asomé a la puerta del taller a ver si había alguien y volví para dentro. Le di mi último adiós a Joe y al viejo Billy “el desdentado” (“el muñeco” solo tenía 60 dólares en la cartera, a Billy por el contrario solo le pude sacar un diente de oro) y me marché por dónde había venido.

Fui hacía el cuartel de la banda. Allí me llevé otra increíble sorpresa en mi largo y asqueroso día. Zibago me esperaba en la puerta. Joe Zibago era lo más italiano que te podías echar en la cara. Alto, delgado, tostado por el sol, con un fino bigote y con su cabello negro engominado para atrás como si una vaca le hubiera lamido. Fumaba con su mano izquierda mientras que con la derecha sostenía el abrigo (¿o debo decir la pistola?). Sin decirme nada me señaló la puerta con un ademán para que entrara. Una vez dentro, para no romper con la temática del día me encontré con otra “agradable” sorpresa. ¡”El gordo” listo para embarcar a una nueva aventura, sí señor! El cadáver de mi exjefe se encontraba metido en un ataúd y en sepelio en medio del salón. Me acerqué de manera lenta hacía el ataúd, como con miedo a qué pudiera encontrarme. Miré de manera atenta su cara. Quería ver su expresión. Luego miré su cuello. El gordo como me imaginaba, había sido asesinado.

‒ Felicidades Mark, a partir de ahora trabajas para Johnny Torrio ‒ me dijo Zibago de manera irónica acercándose por detrás.

‒ ¿Y paga bien?‒ le pregunte yo con una triste sonrisa en la cara.

Lo suficiente como para que una escoria como tu pueda vivir con algunas comodidades. Reúnete conmigo en el Yale´s a medianoche me dijo.

¿Tengo posibilidad de negarme? le pregunte mientras me encendía un cigarro.

No, ninguna me contesto él.

Pues allí estaré le respondí no sin algo de preocupación. Acto seguido me marché por la puerta.

El “Yale´s” se encontraba en el barrio de Brooklyn, era un club nocturno bastante famoso ya que su dueño era el mafioso Frankie Yale. El portero, un tío rudo y bastante vigoroso me miró con mala cara al entrar. Yo le devolví la mala mirada (aunque peor cara tenía él, que por algo le llamaban “cara cortada”).

El local era bastante bonito, con sus tonos azulados y grises, con sus habitaciones laterales y esa gran barra central donde las chicas hacían las delicias de todos los sicarios de la ciudad. Aún recuerdo a Cindy Giulliano, era muy hermosa. Sin duda la chica con las curvas mas provocativas que haya visto nunca, y un par de tetas bastante curiosas. Lástima que terminará flotando en el río. Nadie supo nunca lo que pasó, ni siquiera yo, y mira que tenía muy buenas relaciones con los bajos fondos. Pero estoy seguro que su exnovio, el portero, tenía algo que ver con ello. Si no seguro que su hermano no le habría rajado la cara a ese gilipollas de Capone. ¡Dios, Cindy, cuanto te echo de menos!

Una vez que mi mente paró su viaje hacia atrás en el tiempo y volví a la cruda realidad me acerqué para preguntarle al barman donde podía hallar a Zibago. Este me informó que se encontraba en el aparcamiento de detrás del club nocturno y me indicó que podía pasar por el pasillo que lo conectaba desde dentro. Una vez le di las gracias caminé por ese largo pasillo que conectaba los dos lados.

En el fondo, vislumbre al italiano a la luz de la luna, con su cigarro en mano, poco a poco avanzaba hacia él hasta que algo me paró. Una cuerda atada alrededor de mi cuello. Intenté agarrarla pero la cuerda me asfixiaba cada vez más y más fuerte. Zibago se me acercó y me dijo:

Lo siento Mark, habías visto demasiado... y sinceramente, no sirves para una mierda esas fueron las últimas palabras que escuché en mi vida. Mientras, mi cuerpo intentaba zafarse de la cuerda que me la arrebataba. Mis piernas entonaron un ritmo frenético, como un danzarín al que le falta el aire. Imágenes de mi pasado desfilaban poco a poco ante mí. Conseguí girarme para intentar golpear a mi agresor, pero allí estaba él. “Cara cortada”, más fuerte y grande que nunca, inamovible, gigantesco, como un coloso que se mantiene erguido con el paso de los tiempos. Mi asesino apretaba con fuerza las cuerdas que momentos después me alejarían de la vida para siempre. Su horrenda y desgraciada cara fue lo último que vi mientras me caía al suelo y mi corazón se paraba para siempre.

Como te decía, mi amiga encapuchada. Ya no me importa nada. Bueno, algo si me importa la verdad. Como sabrás, Zibago se encargó de atarme a una lámpara de mi casa para fingir que yo mismo me había suicidado. La policía, en cuanto me encontró avisó a mi madre de lo sucedido. Dios, mi pobre madre... Ella no se merecía esto. Ella no tenía nada que ver. Ahora, debido a sus creencias y a sus ensoñaciones vivirá toda la vida pensando que su hijo era un suicida, un hombre al que se le negó el cielo, un ser destinado al castigo eterno. Y sinceramente madre, peor infierno que el que viví todos los días de mi vida en ese lugar... Quizás la nueva vida sea mucho más interesante y llevadera...

Bueno, y tú mi querido o querida oyente, ¿te quitarás la capucha para que pueda verte de una vez? ¡Vaya, que sorpréndete ironía! Hola Cindy, ha pasado mucho tiempo... En fin, no me queda nada más que contarte querida. Entonces que, ¿nos vamos?

martes, 18 de enero de 2011

Hoy he leído en la bitácora de Rafa Marín lo siguiente:

"El error del escritor es creer que el editor también ama la literatura."

Sinceramente, creo que el error del escritor es creer que a todo lo que hace se le puede decir literatura.
Evidentemente esto no lo digo por Rafa, sino por una gran cantidad de personas que van de grandes autores y luego no hacen una mierda. Dicho rápido y malamente.

¡Un saludo a todos!


domingo, 28 de noviembre de 2010

Y la muerte vino a mi cama

Hoy, es una noche fría, incomoda a mi parecer, una noche en la que no puedo conciliar el sueño y eso que me he acostado temprano.

Y como no me puedo dormir, he decidido hacer algo que no se me da últimamente muy bien, y es ponerme a pensar. Puede que por culpa de la televisión o el ordenador (¿Quién sabe?) mi cerebro esta ya en las ultimas y soy incapaz de razonar en condiciones.

Debido a que en estas semanas estoy escaso de temas, me he puesto a pensar en uno de los temas centrales de mi vida, y este es la muerte.


Siempre me ha incomodado. La muerte y el tiempo. La fugacidad del tiempo y su oscuro destino. Me aterra. ¡Pero ojo! No me aterra morir, eso es algo que lo tengo mas que asumido. Me aterra lo rápido que pasa el tiempo. Como un día somos felices jugando un partido de fútbol en el colegio, otro estamos borrachos y riéndonos en un bareto de mala muerte, y en otro estamos en el tanatorio listos para ser enterrados.

Por mas que lo pienso me digo: ¡Dios, es que parece que fue ayer cuando yo aun estaba dando clases de historia con la Charo! ¡Que tiempos aquellos!

Yo siempre fui un niño feliz, ensimismado en mis tonterías, con mis cosas como todo niño. Puede que en torno a mi madurez llego el momento en el que me convertí en una especie de mascarada. Siempre fui de una manera distinta en función del contexto y el lugar.

Mario siempre lo decía: Juan es un veleta.

Yo lo razonaba, y siempre lo negué. Puesto que una veleta siempre es una veleta, pese a que cambie de dirección. En cambio la persona que yo era cambiaba en función de todo, no era yo mismo, es decir, si era yo, pero distinto. Podía existir Juan el colega, Juan el vengativo, Juan el que se comporta como un emo (como decía el barba), el arrogante, el vanidoso, o el salido. Todos distintos, aunque en el mismo recipiente. Pero la persona cambiaba, o así lo veía yo. En algunos eran una verdadera parte de mi, en otros, un yo que nunca me gusto pero que quería mostrar.


¿Que soy ahora?, pues yo creo que como diría Gasset, “soy yo y mis circunstancias”. Ahora lo veo diferente, madurez tal vez (y lo que me queda aún por madurar), experiencia, ¡o qué se yo!.

Ahora me siento un todo, un conjunto de todas mis vivencias, y eso es lo bonito.


Ese fue todo un razonamiento inicial surgido del pensamiento de la muerte y del paso del tiempo. Pero más tarde retrocedí otra vez a pensar en nuestros años en San Felipe Neri. Debo admitir, que el colegio fue mi segunda casa, mi estadio, mi teatro y a la vez el sitio que me inició como persona. Se que hay personas (¡amigos además!) que no los trataron bien allí, otros fueron muy bien tratados y otros sencillamente pasaron indiferentes. Aun así, para mi el colegio lo fue todo. Los profesores siempre fueron característicos y a mi manera de ver, todos tuvieron que ver algo en como soy ahora.

Desde mi mas tierna infancia. Vi la bondad en los ojos de Don Pablo, o en las palabras del Padre Luis. Descubrí lo que era el trabajo gracias a Charo Gener. Comprendí lo que era la constancia de la mano del bacterio. Conocí la amistad de Jose Ramón Puya (profesor a fin de cuentas, ¡y de los buenos!). Aprendí que la religión podía ser divertida con Chema. O que las células eran unas cachondas como decía el Rivas. De Rafa aprendí el descaro, y de como si tu lo vives, puedes en cualquier momento decir lo que piensas. De mi padre, pues que pese a que todo vaya mal, si tu trabajo te gusta, siempre podrás ser de alguna manera feliz. Y de Tacho aprendí muchisimo, tanto que no lo pienso nombrar, porque eso es algo que quiero guardarme para mi.


De todos ellos aprendí cosas, y pensando en ellos, me vino al pensamiento Rivas, mi buen Rivas. Que gran hombre pese a sus cosas. Hace unos días, el día después de su muerte (me arrepiento en el alma, no haber escrito antes de él, ¡lo siento Jose Marí!) escribió Rafa Marín algo muy bonito sobre él. Y dijo: Rivas era Quevedo: astuto, pícaro, irónico, entrañable, exagerado en todo lo que fuera amar la vida. Lo leí y pensé, joder, lo ha clavado. Es que era así. Aún lo recuerdo sentado mirando si nos preparábamos para el examen, entonces me miraba y me decía: ¡González al fondo de la clase, solo en esa esquina!. Entonces yo le decía : ¡Pero Don Jose María si yo nunca copio! Y el me contestaba: ¿Y que? ¡Pero quien sabe si podrías empezar hoy!

Joder, como se le hecha ya de menos al jodido Rivas. Con los años, cuando me fui del colegio había veces que volvía por las mañanas para hacer algunas cosas, y era curioso porque los profesores muchos pasaban de largo y no me decían nada, pero el siempre se me acercaba. Siempre. Era como un cumulo de alegrías. Pese a que tuviera mil problemas, mil enfermedades, el siempre estaba bien. Siempre sonreía, cantaba o mostraba su ironicidad y su sarcasmo. Daba igual lo mierda que fuera la vida, da igual lo mucho que lloviese, porque para él siempre estaba soleado.

Mi padre perdió un amigo, yo he perdido un maestro, un referente, alguien que nunca se pensó que llegaría a faltar tan pronto. Un hombre que ha dejado a dos niños chicos sin todas sus experiencias. Un hombre que cuando nosotros, nuestro grupo, nos hemos puesto a contar anécdotas, siempre ha estado allí. Un hombre que ha estado en mil batallitas, un hombre que gracias a su manera de ser, de enseñar y de tratar a alcanzado la inmortalidad. Porque amigo Rivas, puede que no estés con nosotros, pero te recordaremos siempre. Puede que yo muera pronto, o quien sabe quizás llegue a viejo. Lo único que puedo prometer, y lo hago además aquí, por escrito, es que contaré a mis hijos, y a mis nietos las anécdotas que viví contigo. Y aunque nunca nos hiciéramos una foto juntos (y créeme ahora lo lamento) mis hijos sabrán como eras y como te comportabas. Porque pese a todo, volveré a San Felipe, y allí volveré a pensar en los grandiosos viejos tiempos. Y allí te rememoraré a ti, a Don Pablo y a todos aquellos que formaron parte de esos estupendos años. Hasta que nos volvamos a ver, porque se que si verdaderamente existe ese cielo en el que tantas veces pensamos, se que alli estaras tu para decirme: ¡González que haces tu por aquí!¡Me quieres dejar en paz González! Porque a partir de ahora siempre que alguien me llame por mi apellido, te tendré en mi memoria. Solo puedo decir una cosa más, y es “gracias Rivas”


Sinceramente, no me encuentro con ganas ni ánimos para seguir escribiendo, y creo que si tú mi querido amigo lector has llegado hasta aquí, creo que me comprenderás. Lamento todo este extenso parrafo pero por primera vez en mucho tiempo, he usado el fotolog para lo que verdaderamente es, para transmitir nuestros sentimientos. Dicho esto, me despido.


Juan Jesús González Moreno Cádiz 29 de noviembre del 2010

miércoles, 31 de marzo de 2010

martes, 30 de marzo de 2010

Sigo sin noticias de Nymeria...

lunes, 22 de marzo de 2010

Por favor no los contraten...


El otro día, para pecado del que me lea, fui al cine y como no tenia muchas ganas la verdad de esperarme una hora y media en la calle para ver la nueva de Di caprio, me dirigía al cine a ver Percy Jackson y el ladrón del rayo. La verdad es que la película es mala pero no por ello aburrida, es una de esas películas las cuales ves una vez y ya no las quieres ver mas.
Pero lo que verdaderamente me sorprendio nada mas apagarse la luz del cine fue ver el trailer de la película del Equipo A.
Sinceramente nunca he sido muy fan del Equipo A pero desde luego puedo decir que no es mas que una nueva barrabasada de Hollywood pero bueno... a ver que tal les sale.