domingo, 28 de noviembre de 2010

Y la muerte vino a mi cama

Hoy, es una noche fría, incomoda a mi parecer, una noche en la que no puedo conciliar el sueño y eso que me he acostado temprano.

Y como no me puedo dormir, he decidido hacer algo que no se me da últimamente muy bien, y es ponerme a pensar. Puede que por culpa de la televisión o el ordenador (¿Quién sabe?) mi cerebro esta ya en las ultimas y soy incapaz de razonar en condiciones.

Debido a que en estas semanas estoy escaso de temas, me he puesto a pensar en uno de los temas centrales de mi vida, y este es la muerte.


Siempre me ha incomodado. La muerte y el tiempo. La fugacidad del tiempo y su oscuro destino. Me aterra. ¡Pero ojo! No me aterra morir, eso es algo que lo tengo mas que asumido. Me aterra lo rápido que pasa el tiempo. Como un día somos felices jugando un partido de fútbol en el colegio, otro estamos borrachos y riéndonos en un bareto de mala muerte, y en otro estamos en el tanatorio listos para ser enterrados.

Por mas que lo pienso me digo: ¡Dios, es que parece que fue ayer cuando yo aun estaba dando clases de historia con la Charo! ¡Que tiempos aquellos!

Yo siempre fui un niño feliz, ensimismado en mis tonterías, con mis cosas como todo niño. Puede que en torno a mi madurez llego el momento en el que me convertí en una especie de mascarada. Siempre fui de una manera distinta en función del contexto y el lugar.

Mario siempre lo decía: Juan es un veleta.

Yo lo razonaba, y siempre lo negué. Puesto que una veleta siempre es una veleta, pese a que cambie de dirección. En cambio la persona que yo era cambiaba en función de todo, no era yo mismo, es decir, si era yo, pero distinto. Podía existir Juan el colega, Juan el vengativo, Juan el que se comporta como un emo (como decía el barba), el arrogante, el vanidoso, o el salido. Todos distintos, aunque en el mismo recipiente. Pero la persona cambiaba, o así lo veía yo. En algunos eran una verdadera parte de mi, en otros, un yo que nunca me gusto pero que quería mostrar.


¿Que soy ahora?, pues yo creo que como diría Gasset, “soy yo y mis circunstancias”. Ahora lo veo diferente, madurez tal vez (y lo que me queda aún por madurar), experiencia, ¡o qué se yo!.

Ahora me siento un todo, un conjunto de todas mis vivencias, y eso es lo bonito.


Ese fue todo un razonamiento inicial surgido del pensamiento de la muerte y del paso del tiempo. Pero más tarde retrocedí otra vez a pensar en nuestros años en San Felipe Neri. Debo admitir, que el colegio fue mi segunda casa, mi estadio, mi teatro y a la vez el sitio que me inició como persona. Se que hay personas (¡amigos además!) que no los trataron bien allí, otros fueron muy bien tratados y otros sencillamente pasaron indiferentes. Aun así, para mi el colegio lo fue todo. Los profesores siempre fueron característicos y a mi manera de ver, todos tuvieron que ver algo en como soy ahora.

Desde mi mas tierna infancia. Vi la bondad en los ojos de Don Pablo, o en las palabras del Padre Luis. Descubrí lo que era el trabajo gracias a Charo Gener. Comprendí lo que era la constancia de la mano del bacterio. Conocí la amistad de Jose Ramón Puya (profesor a fin de cuentas, ¡y de los buenos!). Aprendí que la religión podía ser divertida con Chema. O que las células eran unas cachondas como decía el Rivas. De Rafa aprendí el descaro, y de como si tu lo vives, puedes en cualquier momento decir lo que piensas. De mi padre, pues que pese a que todo vaya mal, si tu trabajo te gusta, siempre podrás ser de alguna manera feliz. Y de Tacho aprendí muchisimo, tanto que no lo pienso nombrar, porque eso es algo que quiero guardarme para mi.


De todos ellos aprendí cosas, y pensando en ellos, me vino al pensamiento Rivas, mi buen Rivas. Que gran hombre pese a sus cosas. Hace unos días, el día después de su muerte (me arrepiento en el alma, no haber escrito antes de él, ¡lo siento Jose Marí!) escribió Rafa Marín algo muy bonito sobre él. Y dijo: Rivas era Quevedo: astuto, pícaro, irónico, entrañable, exagerado en todo lo que fuera amar la vida. Lo leí y pensé, joder, lo ha clavado. Es que era así. Aún lo recuerdo sentado mirando si nos preparábamos para el examen, entonces me miraba y me decía: ¡González al fondo de la clase, solo en esa esquina!. Entonces yo le decía : ¡Pero Don Jose María si yo nunca copio! Y el me contestaba: ¿Y que? ¡Pero quien sabe si podrías empezar hoy!

Joder, como se le hecha ya de menos al jodido Rivas. Con los años, cuando me fui del colegio había veces que volvía por las mañanas para hacer algunas cosas, y era curioso porque los profesores muchos pasaban de largo y no me decían nada, pero el siempre se me acercaba. Siempre. Era como un cumulo de alegrías. Pese a que tuviera mil problemas, mil enfermedades, el siempre estaba bien. Siempre sonreía, cantaba o mostraba su ironicidad y su sarcasmo. Daba igual lo mierda que fuera la vida, da igual lo mucho que lloviese, porque para él siempre estaba soleado.

Mi padre perdió un amigo, yo he perdido un maestro, un referente, alguien que nunca se pensó que llegaría a faltar tan pronto. Un hombre que ha dejado a dos niños chicos sin todas sus experiencias. Un hombre que cuando nosotros, nuestro grupo, nos hemos puesto a contar anécdotas, siempre ha estado allí. Un hombre que ha estado en mil batallitas, un hombre que gracias a su manera de ser, de enseñar y de tratar a alcanzado la inmortalidad. Porque amigo Rivas, puede que no estés con nosotros, pero te recordaremos siempre. Puede que yo muera pronto, o quien sabe quizás llegue a viejo. Lo único que puedo prometer, y lo hago además aquí, por escrito, es que contaré a mis hijos, y a mis nietos las anécdotas que viví contigo. Y aunque nunca nos hiciéramos una foto juntos (y créeme ahora lo lamento) mis hijos sabrán como eras y como te comportabas. Porque pese a todo, volveré a San Felipe, y allí volveré a pensar en los grandiosos viejos tiempos. Y allí te rememoraré a ti, a Don Pablo y a todos aquellos que formaron parte de esos estupendos años. Hasta que nos volvamos a ver, porque se que si verdaderamente existe ese cielo en el que tantas veces pensamos, se que alli estaras tu para decirme: ¡González que haces tu por aquí!¡Me quieres dejar en paz González! Porque a partir de ahora siempre que alguien me llame por mi apellido, te tendré en mi memoria. Solo puedo decir una cosa más, y es “gracias Rivas”


Sinceramente, no me encuentro con ganas ni ánimos para seguir escribiendo, y creo que si tú mi querido amigo lector has llegado hasta aquí, creo que me comprenderás. Lamento todo este extenso parrafo pero por primera vez en mucho tiempo, he usado el fotolog para lo que verdaderamente es, para transmitir nuestros sentimientos. Dicho esto, me despido.


Juan Jesús González Moreno Cádiz 29 de noviembre del 2010